¿YA LLEGÓ LA NAVIDAD?
En esta ocasión me pregunto: ¿realmente todo esto tiene que ver con el nacimiento de Cristo como hombre o se trata de otra cosa?
Lo que viene a mi memoria sobre estas fechas es: familia, regalos, dinero, amigos, comida, dinero, licor, fiestas , dinero, almacenes, dinero… bueno, creo que mayormente se trata de dinero. Es cierto que hay tradiciones sobre recrear el nacimiento de Jesús elaborando un pesebre, rezar novenas y asistir a algún tipo de servicio religioso con este motivo, sin embargo, la mayor parte del tiempo lo invertimos en hacer compras y cumplir compromisos sociales. Dedicamos algunos minutos, máximo una hora, a reflexionar sobre el misterio y significado de la encarnación de Dios como hombre, de la manera en que afrontó dificultades como cualquier ser humano durante 33 años, sobre su muerte y resurrección y la manera en que todo aquello puede hacer la diferencia en nuestras vidas. Quizá estamos de cuerpo presente durante los rezos o el servicio religioso pero nuestra mente divaga en si hay suficiente comida para la cena, sobre el regalo que olvidamos comprar y en cómo evadir a aquella persona que suele acompañar a alguno de los familiares que nos visitará. Al concluir este tiempo, que para algunos parece eterno, hay quienes encuentran el momento propicio para una actividad favorita y casi obligatoria de cada nochebuena: sentarse a criticar, beber en exceso, buscar un prospecto de novio(a), quejarse del gobierno, la economía y el jefe, sentarse en un rincón a ver con tristeza como otros se “divierten”. Cada quien vive ese rato como puede o cree que debe hacerlo, no obstante, en muchos casos es como si el suceso en torno al cual supuestamente gira todo aquel festejo no sucedió. Quien critica sigue criticando aunque Jesús dijo: “No juzguen y no se les juzgará. No condenen y no se les condenará. Perdonen y se les perdonará” (Lucas 6:37), quien bebe en exceso lo hace pese a la advertencia: “No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu” (Efesios 5:18), quien mantiene una vida de tristeza y depresión lo hace sin tener presente que Jesucristo nos exhortó: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Si la Palabra de Dios hecha hombre no cambia nuestra forma de vivir entonces la navidad no es sino un pretexto para llenar la casa de adornos y el carrito de compras mientras nuestro ser queda vacío de significado y esperanza (sin hablar de cómo se adelgaza el bolsillo en tanto se infla la deuda de la tarjeta de crédito).
Anticipando que, seguramente, alguno dirá: ¿entonces no deberíamos festejar? enfatizo una palabra: sobriedad. Una cena, una copa de vino y una conversación edificante es el mejor modo de compartir un tiempo en compañía de familiares y amigos, no hace falta mantener despiertos a los vecinos con música a todo volumen ni comprometer el sueldo de todo el año entrante para dar regalos costosos.
Desde mi óptica la navidad se trata de darnos a nosotros mismos, de creer en los milagros que obra el amor y de aprovechar el tiempo que tenemos de vida en hacer mejor la vida de otros. Así las cosas, podemos lograr que ya llegue la navidad y que dure todo el año... no hace falta que sea octubre o diciembre.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16)
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