¿Podemos Ser como el Agua?

Agua: sinónimo de vida. Ese líquido precioso que compone mayormente nuestro planeta, nuestro cuerpo y sin el cual todo ser vivo muere, posee tantas propiedades que aún no se conocen del todo. Su presencia en la naturaleza la damos por obvia. En su estado más puro es transparente, sin olor definido, sin un sabor particular y sin forma... sí, sin forma. El agua adopta la forma del recipiente que la contiene, se filtra por las hendiduras del terreno, impregna los materiales absorbentes, es decir, se adapta a su entorno.

Tan valiosa como es para conservar la vida física pareciera que su poder va más allá, se convierte en un modelo a seguir para alimentar la vida emocional del ser humano. No es gratuito que el sonido de un riachuelo o de la lluvia nos arrulle y tranquilice, tampoco que sea el ejemplo por excelencia de la nitidez: "tan claro como el agua". Algo en nuestro interior vibra al contemplar la extensión del mar y se deleita al pasar un sorbo de agua fresca en un día soleado, porque parece satisfacer en gran medida esa necesidad de paz mental que tenemos, de abstraernos del ruido cotidiano para deslizarnos por paisajes de quietud y sentimientos de plenitud.

Jesucristo caminó sobre ella y la convirtió en vino, en la cruz brotó de su costado herido. Muchos ritos de limpieza, de nuevo nacimiento - como el bautizo - hacen de ella su elemento esencial. También es una sustancia sanadora cuando posee ciertas características como sales minerales, presión, temperatura, etc. Los maestros chinos de la guerra la utilizaban como ejemplo de la flexibilidad que debe tener el hombre ante sus grandes retos, para salir bien librado de ellos. Quizá, esto último es lo que más nos cuesta emular del vital líquido pues en el mundo modificado que hemos creado nos negamos a permitir que fluya por los cauces que le son naturales y nos empeñamos en trazarle rutas complejas, asi mismo, intentamos conducir nuestra vida por circunstancias que se vuelven tortuosas y violentas porque queremos obligar al destino a recorrer la vía que, suponemos, es la adecuada para nuestros propósitos.

La angustia que nos embarga al ver que se nos escapa el agua entre los dedos es la misma que sentimos cuando creemos perder el control de nuestra vida, esa ansiedad de no poder evitar lo que ha de ser... no obstante, algo dentro nos dice que debe haber otra manera, que no es necesario sufrir asi. Entonces, se abre paso el interrogante: ¿cómo dejar de estrellarnos contra las rocas? talves si con humildad aceptamos ser lo que somos sin importar el ambiente en que nos encontremos y al entregarnos con la intensidad de la ola que rompe con toda su energía antes de morir en la playa podamos transformarnos en el vino selecto que se reparte al final del festejo, el que causa disfrute a los sentidos y que alegra el espíritu, que se deposita en el fondo de una fina copa de cristal para hacer un brindis por la vida, por el futuro. Puede ser que al aprender a fluir como la corriente del río nuestra existencia ya no sea una secuencia de tropiezos sino un camino natural, una senda florida que mana vida, un espejo del cielo y un canto a nuestro Creador.

Sí, podemos ser como el agua... sólo es necesario recordar cómo fluir.

"El encargado del banquete probó el agua convertida en vino sin saber de dónde había salido, aunque sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua (...)" Juan 2:9

"¿Cómo evitar que una gota de agua se seque? Arrojándola al mar" Proverbio Budista.

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