¿Usando los lentes de la tristeza?
La muerte de un ser querido, un
rompimiento amoroso, la pérdida de un trabajo, la traición de un amigo, esas y
otras situaciones son parte de lo que hemos afrontado la mayoría de personas.
Algunas se las arreglan para seguir adelante después de la dolorosa experiencia,
otras no pueden dejar atrás los sentimientos de temor y soledad.
Con frecuencia una pregunta se
instala en la mente de quienes sufren: ¿por qué me tuvo que pasar a mi? Y dedican
tiempo y energía constantemente a revivir los hechos anteriores a la situación,
en un intento por comprender qué hicieron mal, qué “señales” debieron notar que
les indicaban lo que sucedería; cada vez se sumergen más en los recuerdos y en los
esfuerzos por encontrar una explicación. Con cada recuerdo suele venir un
imaginario de lo que habría sido diferente si su conducta hubiera sido otra, y
así pueden pasar días, meses y hasta años. Mientras tanto el mundo exterior,
ajeno a esas meditaciones, sigue girando y se percibe como un ambiente hostil,
en el que cada vez es más difícil encontrar lugar. La solución más común es
aislarse con mayor intensidad en los pensamientos y en los recuerdos, evitar
conocer nuevas personas y lugares, resguardarse de nuevos dolores y
sufrimientos. A pesar de invitaciones y sugerencias de amigos y familia la
predilección es mantenerse en una lucha de amor y odio con la soledad: se le
detesta y, sin embargo, se procura estar en su presencia el mayor tiempo
posible. Y de pronto, un día, viene otra pregunta a la mente: ¿tendré que vivir
siempre así?
La respuesta es no.
Más allá de mantener las
funciones corporales activas, vivir
es el conjunto de experiencias que surgen de nuestra interacción con otras
personas, con la naturaleza y con los elementos que hacen al mundo lo que es. Por
lo tanto, nuestra vida depende en gran medida de la manera en que nos percibimos
frente a esos elementos, como vemos el mundo es como percibimos nuestra vida:
si el mundo es un valle de lágrimas, nosotros estamos destinados a llorar; si
el mundo es desesperanzador, nosotros no tenemos redención. Ante un mundo cruel
no tenemos alternativa diferente a ser víctimas. Más si la realidad es un
desafío, nosotros estamos llamados a superarlo y si la vida es un conjunto de
experiencias dulces y amargas, entonces tenemos la opción de disfrutar lo dulce
y sobreponernos a lo amargo. Nuestro destino no está escrito, depende de
nosotros poner el énfasis en lo positivo para dejar de ser víctimas y vivir en el
área gris que existe entre la dicha y la tristeza. No podemos delegar en otros
la responsabilidad de nuestra felicidad cuando ella depende de lo que nuestros
ojos, mente y corazón elijan ver cada día de existencia que tenemos; como en el
tema del vaso con contenido a media capacidad, podemos decir que está medio
lleno o está medio vacío, el vaso es el mismo, lo que define cómo se le describe
es la percepción que tenga quien observa.
La decisión es tuya.
"Hoy te doy a elegir entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal."
Deuteronomio 30:15 (NVI)
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