Doble Nacionalidad o el dilema del Siervo sin Tierra

Cuando se nace y se vive toda la vida en un mismo lugar existe un único referente: "aquí". Aquí es ese lugar que se da por entendido, el que todas las personas que nos conocen saben a cual nos referimos, ese espacio vital tan complejo y hermoso, bizarro y caótico, imposible y soñado. Es ese entorno conocido, es esa red de afectos y saberes que le da coherencia a la vida misma, esa mezcla de olores de comida, paisajes y perfumes. Es ese sitio donde los colores de campo y ciudad, de pieles, casas y flores conforman nuestra paleta y nos tiñen la imaginación. Es donde resuena la música, las voces, el silbido del viento, el agua saltando entre las piedras del río y el mar acariciando la arena de una playa. Aquí es lo opuesto a "allá", que es el resto del mundo y todo aquello que desborda las froteras de lo que llamamos "mi tierra". Al salir del terruño amado a otras latitudes se expanden nuestros sentidos y sucumbimos a comparar pero siempre habrá un grado de predilección por lo que compone aquí, pues las mejores cosas de nuestra vida están ligadas a esas cuatro letras, a ese ente que se constituye el lugar donde nacimos.

Luego, un día cualquiera, por una razón cualquiera, nuestro aquí se cambia de domicilio y se posa a kilómetros de distancia, en medio de otros olores, otros colores y otros sonidos. Al principio todo alrededor es extraño y despierta nuestra curiosidad, porque aún nos sentimos como turístas, sin dimensionar los alcances de ese cambio. Al paso de los días, más por necesidad que por convicción, levantamos nuestra cabaña y nos comenzamos a hacer parte del paisaje. La añoranza vive con nosotros como "invitada" permanente y logra arrancarnos lágrimas de vez en cuando. Por más que lo intentamos no se va, no entiende razones, a fuerza tenemos que convivir con ella, y hace de las suyas sin preguntarnos, igual que cuando se vino a vivir con nosotros.

Pasan semanas y meses, entonces, comenzamos a descubrir un leve asomo de cariño por ese nuevo sabor, por esos parques, montañas y caminos que circundan ese sitio que ahora llamamos "mi casa". Surge un segundo aquí diferente al primero, pero con una fuerza que lucha por tomar el dominio y erradicar el primer aquí y mandar a volar a la añoranza. Como dos titanes pelean y miden fuerzas sin que uno doblegue al otro y terminan haciendo un pacto de caballeros por la tranquilidad y la salud mental de quien lleva esa dualidad en la mente y el corazón. A partir de ese momento siempre habrá dos aquí pero cada uno gobernará donde le toque, cada uno tiene sus dominios y a conveniencia el otro se llamará "allá". Allá es único, caprichoso, porque sabe que tiene un nivel diferente a ese primer allá que existió, el que era genérico, impersonal, muy amplio, demasiado desconocido. En estas condiciones, bajo el pacto de convivencia, es válido tener dos direcciones de correo, dos sitios a los que siempre habremos de volver, dos territorios que reclaman nuestro afecto y presencia. De igual modo, ya nunca sentiremos nuestro ser completo en ningún sitio pues aquí y allá consiguieron que su alianza - un poco malévola- con la añoranza nos dividiera el corazón. Un verso de una canción* explica ese sentir: "no soy de aquí ni soy de allá". Paradoja total, tener dos patrias y no sentirse completo del todo en ninguna, más aún cuando nos preguntan, con malicia y sin misericordia, a cuál lugar le concedemos nuestra lealtad siendo la mejor respuesta un segundo verso: "ser feliz es mi color de identidad".

Quizá sea confusa para algunos esta descripción de lo que se vive, sin embargo, es difícil que alguna vez se llegue a explicar con claridad. Nunca es fácil tener un pie en cada territorio y pretender mantener del todo la coherencia. Lo que si es un hecho evidente es ningún otro lugar puede reclamar esos títulos y debemos llamar por nombre propio sitios a los que nos queramos referir, porque en nuestra vida sólo habrá un aquí y un allá.

* No soy de Aquí. Interpretado por Facundo Cabral

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