¿Aprendimos a olvidar?

Fuimos llamados para ser los arquitectos del futuro, no sus víctimas.
R. Buckminster Fuller 

¿Te ha pasado que guardas mil cosas en un cajón y no sabes en verdad qué hay allí o si realmente necesitas esos objetos, pero si alguien te sugiere botarlos te opones rotundamente? Así hacemos con los apegos mentales que creamos a lo largo de la vida. Guardamos en el estuche de nuestro inconsciente las palabras que alguien nos dijo y seguimos conservando por años esa idea en nuestra mente, permitimos que influya en las decisiones que tomamos y ni siquiera sabemos si después de tanto tiempo sigue siendo cierta, o si siquiera lo fue alguna vez.

Desaprender, olvidar lo que ya no sirve o no resultó cierto. ¡Qué difícil es! Y no resulta difícil porque realmente lo sea, sino debido a que nos aferramos a lo que una vez elegimos creer y lo defendemos con intensidad. Pocas veces nos preguntamos si las creencias que atesoramos tanto realmente son ciertas, válidas en las condiciones actuales, o si aplican para nosotros y nuestra vida presente. Sin darnos cuenta creamos ataduras que nos hacen víctimas de conceptos equivocados que, casi siempre, provienen de otras personas. Sin embargo, si permanecemos cautivos de ideas erradas somos nosotros los responsables por no cuestionar aquello que nos dijeron alguna vez.


¿Cómo desechar aquello que ni siquiera sabemos que existe? ¿Cómo cambiar lo que no tenemos idea que requiere ser modificado? Sólo cuando abramos el cajón de nuestra mente y observemos con cuidado su contenido seremos capaces de identificar lo que sirve y lo que no. Sólo cuando nos hagamos responsables de nuestros pensamientos y lo que ellos desencadenan podremos tomar el control de nuestro presente y hacernos arquitectos del futuro, mientras tanto seremos marionetas movidas por hilos invisibles en un escenario creado por los afectos, odios, temores y tabúes de otros.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿No tener hijos es un castigo de Dios?

Confrontar a la Autoridad: ¿Valor o Rebeldía?

¿Más espinas que rosas?